EL PRIMER PASO NO TE LLEVA ADONDE QUIERES IR, PERO TE SACA DE DONDE ESTÁS.

Nació siendo curiosa. A escondidas, Lucía Solís veía cómo sus tías preparaban en el patio trasero de su casa unos menjurjes raros que servían hasta para la hoja de vida; ya que podían curar, emborrachar o las dos cosas a la vez. A sus tres añitos de edad, eso para ella era un misterio.

Para que no le siguiera picando el bicho de la entromisión, su tía -heredera del saber a través de cinco generaciones- comenzó a enseñarle los secretos de las yerbas. Con los ojos vendados le daba a probar hojas, raíces, tallos, cortezas, bejucos y semillas para que los identificara, diferenciara olores, sabores y texturas, con un ritual riguroso y respetuoso, que duró tres años.

Ya acercándose a los siete añitos, a punto de entrar en uso de razón, su paladar conocía a la perfección un trozo de palosanto, saúco, canela, llantén, destrancadera, albahaca, limoncillo, verdolaga, poleo, yerbabuena y hasta de paico, planta esta que con su olor y sabor hace vomitar hasta a un caballo.

Además sabía -medicinalmente- para qué servía cada una de ellas y cómo habrían de combinarse con el viche, bebida fermentada de la caña de azúcar que sirve de base a la mayoría de las preparaciones. Y tenía que saberlo, porque ella era el pilar de la sexta generación de un legado ancestral que es reconocido en su natal Buenaventura y en todos los rincones del Pacífico colombiano.   

Recuerda Lucía que la primera botella medicinal que preparó fue un curao para bajar la fiebre, detener la malaria y controlar el vómito. Luego, una tomaseca para agilizar y sobrellevar los partos, erradicar quistes, limpiar el útero y curar la endiometrosis, desinflamar la próstata y lograr la fertilidad para las mujeres ávidas de tener hijos.

La medicina ancestral no es facil, es de suma responsabilidad y de mucho cuidado para no ir a desencadenar consecuencias fatales. Ella lo sabe y por eso le recomienda a la gente evitar a los teguas y yerbateros, personas que no han tenido formación médica herbaria (fitoterapia) pero que se creen con derecho a vender productos con fines terapéuticos, aliviar síntomas, prevenir y curar enfermedades.

Y es precisamente para evitar a este tipo de personajes que el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez tiene un estricto control curatorial para que en las eliminatorias solo los sabedores ancestrales tengan el privilegio de tener un lugar dentro de la Casa Grande del Pacífico. Ello garantiza que lo que se compre al interior de la Ciudadela es auténtico y certificado.

La mayoría de los preparativos de Lucía Solís requieren más de un año de fermentación. Algunos llevan hasta 22 años guardados en botellas especiales que se curan bajo tierra y son benditos para la fertilidad, tanto de mujeres como de hombres, ya que ellos también tienen Trompa de Falopio, que no es otra cosa que la ramificación que hay en los testículos, aquella que se interviene y le llaman vasectomía.

Por ser productos fermentados, se convierten en bebidas espirituosas y por tanto muchos se emborrachan gratis, con solo probar degustaciones. Ello le obligó a Lucía a preparar vino de Naidí con tres años de fermentación, seco y templado, dando una cocción exacta a este chambimbe para matarle las bacterias y acelerar los antioxidantes, sin echarle una gota de viche. No cura ni el guayabo.

En cambio, la Tomaseca emborracha y sana. Regula el periodo en las mujeres, les alivia cólicos, les previene hemorragias y las alborota cuando el contenido de viche hace su efecto, de allí que salgan felices y sonrientes a gozarse el Festival. Con el Pipilongo desinflama próstatas; con el Curao de hierbas, dulce o amargo, alivia de todo y un poquito más.

Hay un cóctel de frutas con base en la piña de cambray; también se puede saborear crema de viche, crema de cacao, crema de café, arrechón con borojó y pepa de pan, para la curar la anemia.

Todas las bebidas se preparan respetando la ancestralidad, con su fermento al punto, con el conocimiento al día, con los rezos de por medio y con un convencimiento extremo de que su cultura generacional la maduró ‘Viche’.

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