Desde niño, a Carlos Giovany Mina Mosquera se le metió en la cabeza que quería vivir de la cabeza de los demás. Por ello, desde los 7 años de edad comenzó a escondidas a hacer trenzas y peinados a sus muñecas, porque muchas personas consideraban que esa no era una cosa de hombres.
Pero él, oriundo de Robles (Valle) quien vivía rodeado de abuelas, tías y familiares portadoras de tradición, veía cómo estas parteras, cocineras, cantadoras y peinadoras ejercían su oficio día a día, sin atreverse a enseñarle al niño porque no era mujer. Pero la tenía clara. Tan clara, que una tía y su abuela dieron el paso y derrotando el estigma sexista, le pulieron su estilo.
Aprendió que esas cabezas que veía tan raras -en forma de piña o de granada- no era ni lo uno ni lo otro, sino que tenían un significado de cultura ancestral africana que sirvió a sus antepasados para liberarse del yugo de la esclavitud, un medio de expresión de identidad, resistencia y conexión con sus raíces.
Aquella cartografía dibujada con trenzas delgadas y diminutas mostraba el camino por donde el negro debía de cruzar para escapar por la manigua sin que los guardias se dieran cuenta, pues negro sorprendido era negro muerto. Este método de ocultar rutas de escape y transmitir mensajes codificados fue descubierto por los patrones y desde entonces les prohibieron a las mujeres hacer peinados.
Fue allí cuando los hombres las relevaron. Ellos comenzaron a hacer mapas con trenzas sueltas y pegadas, no solo para enviar mensajes de libertad, sino que aprovecharon lo apretado del cabello para ocultar semillas y pepitas de oro que extraían de minas y plantaciones para sus amos.
Ese cúmulo de conocimientos fue digerido por Carlos Giovany y a sus 25 años de edad se atrevió a montar un puesto de estética a las afueras del Coliseo El Pueblo, donde los asistentes a la XXVI versión del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez en el año 2022 se hacían peinar para entrar a la Casa Grande del Pacífico luciendo su look afro, por tan solo $5.000.
La curiosidad le pudo y junto con su pareja decidieron entrar a las instalaciones de la Unidad Deportiva Alberto Galindo para saber cómo se vivía un Petronio por dentro. Se atrevió a ofrecer su arte, convirtiéndose así en los primeros hombres en hacer peinados dentro del Festival en su stand ‘Imperio de hombres peinadores’.
El éxito fue rotundo. Y hoy, tres años después, ya cuentan con un lugar privilegiado en la XXIX versión, un salón propio en el barrio El Lido y otro al interior de la galería Alameda.
Le dieron altura y profesionalismo al arte del trenzado y el peinado. Son voceros y portadores de la tradición, dan cátedra acerca de que lo que hacen no es solo estético sino un significado de sobrevivencia, resistencia, libertad, belleza, historia y orgullo.
Aunque es el Imperio de los hombres, le dan cabida a las mujeres y ellas alternan sus diseños en las cabezas de todo aquel que se ponga en sus manos y tenga la paciencia de estar de una a tres horas, tiempo que dura un mapa, una tropa o un trenzado sencillo, los cuales realizan de pie, soportando el dolor en los nudillos de los dedos y el calor de su vistosa vestimenta, resaltada con un gabán decorado con maglares y una camiseta tan negra como sus pieles.
Le dan valor a su trabajo. Y lo hacen valer. Sus obras de arte capilar oscilan entre los $50.000 y los $250.000, sea en el Distrito o en un Club, tarifas que le garantizan una buena calidad de vida a las 8 personas que peinan en el Petronio, las 5 que hay en El Lido y las 4 de la Galería Alameda, quienes esculpen sus creaciones para que duren más de un mes y tanto ellos como ellas se sientan orgullosos de llevar su cabeza en alto.






