
JEFFERSON
MONTAÑO PALACIO
TERCERA RAÍZ TV, RADIO Y PRENSA
Lo que se prometió como una jornada de construcción colectiva se convirtió en una experiencia frustrante, marcada por el desorden. No se trata de una simple queja logística. Se trata de un síntoma profundo: la desconexión entre la narrativa de la democratización de los medios y la realidad organizativa de los medios populares. El maestro Paulo Freire advirtió que “nadie libera a nadie, nadie se libera solo: los hombres se liberan en comunión”. Pero en este encuentro, esa comunión brilló por su ausencia. Se impusieron jerarquías, se cerraron los oídos a las voces diversas y la planificación dio paso a la improvisación vertical, más discursos vacíos que construcción colectiva, más improvisación que planificación.
¿Cómo es posible que un operador logístico como Telecafé pareciera tener más incidencia que el propio Ministerio de las TIC? ¿Será que fuimos más los utilizados que los beneficiados? ¿Acaso dónde quedó la coherencia entre la promesa de participación y la práctica excluyente?
El Gobierno del presidente Gustavo Petro Urrego ha insistido en la necesidad e impulsado de manera acertada una política pública para el fortalecimiento de los medios alternativos y comunitarios, promoviendo la llamada Ley de los tres tercios, que busca garantizar y equilibrar la participación entre medios públicos, privados y comunitarios en el espectro informativo. Esa visión es fundamental y urgente. Sin embargo, estos espacios del encuentro que deberían darle sustento, legitimidad y vida a esa política pública en su organización y propósito se debilitan, y se corre el riesgo de vaciar de contenido la apuesta transformadora que se quiere consolidar.
Académicos y críticos como Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini ya lo habían dicho: la comunicación popular no puede reducirse a un formato o a un evento. Debe ser un proceso cultural y político, una práctica viva que parta de la escucha, la participación real y la horizontalidad del conocimiento. Cuando los medios alternativos pierden su espíritu y sentido comunitario y crítico, se diluyen en la misma lógica que critican o buscan transformar.
La responsabilidad recae sobre los organizadores del encuentro y sobre el propio Estado-nación. De esta manera, no se puede invocar el nombre de la comunicación popular y terminar replicando los mismos errores del centralismo y de los medios corporativos (empresas privadas de comunicación) que concentran el clientelismo informativo y excluyen al diferente.
Urge una autocrítica profunda y transparente. Debe existir un compromiso con la planificación y la ética del cuidado colectivo: el cuidado de la palabra, el proceso, la escucha. No se trata solo de un evento, sino del tejido social, del cuidado común.
Aun así, este desastre puede y debe convertirse en una oportunidad. Una oportunidad para preguntarnos qué tipo de ecosistema mediático queremos construir en Colombia. ¿Uno centralizado o territorial? ¿Retórico o transformador? ¿Dependiente del Estado o autónomo desde las comunidades?
Los comunicadores y periodistas populares deben retomar la palabra desde la raíz, desde la minga de saberes, desde el cununo que anuncia resistencia, no desde los micrófonos del poder. El reto es volver a creer en la comunicación como práctica emancipadora, como pedagogía del encuentro y como acto de justicia.
Finalmente, como diría y sintetizó magistralmente el maestro Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Que este encuentro fallido sea una lección para repensar el camino, no una derrota. Los medios comunitarios y alternativos son y deben seguir siendo la voz viva de los territorios, la memoria que incomoda al poder, la resistencia frente a la desinformación y la apuesta más digna que comunica por una Colombia comunicativa, justa y participativa.
