El aumento de mujeres en la política no solo introduce nuevas perspectivas, sino que reorienta la agenda pública hacia temas históricamente invisibilizados, como el cuidado, la equidad salarial y la salud mental.
Durante siglos, el guion era claro: el hombre proveía, decidía y conquistaba; la mujer cuidaba, callaba y agradecía. Hasta que un día afortunadamente ese libreto se rompió. Nos empoderamos. Estudiamos, trabajamos, viajamos solas, dijimos “no” sin culpa y “sí” sin permiso.
Y mientras nosotras crecíamos emocionalmente, muchos hombres se quedaron sin libreto. La psicología lo llama crisis de rol masculino: cuando las mujeres empezaron a ocupar espacios de poder, ellos perdieron las coordenadas de lo que significaba “ser hombre”.
Entonces nacieron los “princesos”: hombres hipersensibles al rechazo, que exigen admiración constante pero no toleran frustraciones. Los que piden que los conquisten, que los validen, que los comprendan… pero sin reciprocidad. No son malos, están desubicados.
Crecieron en una sociedad que los enseñó a ser proveedores, no compañeros emocionales.
La ironía es que mientras las mujeres aprendimos a sostenernos solas, muchos hombres no aprendieron a sostener una relación con una mujer independiente. Y ahí es donde empiezan las tensiones: ellos extrañan la princesa sumisa y nosotras ya no cabemos en ese molde.
La solución no está en culparlos ni en volver atrás, sino en evolucionar juntos. El empoderamiento femenino no busca competir con el hombre, sino invitarlo a crecer emocionalmente también. A compartir el poder, no a temerlo.
En las relaciones actuales, la fuerza no se mide en quién domina, sino en quién sabe acompañar. La nueva pareja no se construye desde la necesidad, sino desde la elección consciente: dos adultos que se admiran sin miedo, que se retan sin herirse, y que se eligen sin perderse a sí mismos.
Porque el verdadero equilibrio no llega cuando las mujeres se endurecen ni cuando los hombres se vuelven pasivos, sino cuando ambos entienden que amar no es dominar ni rendirse, sino acompañarse desde la adultez emocional.
La frase “Cuando cambiamos nosotras, cambiamos todo” es, en esencia, un reconocimiento al liderazgo silencioso y persistente de las mujeres, cuyo coraje individual se convierte en una fuerza colectiva capaz de redefinir las reglas a el juego de la hoy es, en gran medida, la respuesta inevitable al momento en que las mujeres decidieron transformarse a sí mismas.
