Aparentemente nació con una discapacidad cognitiva; aunque en realidad parece más bien que es un adelantado, uno de esos prodigios de la naturaleza a los que nada le queda grande.
Es Daniel Escobar Correa, un antioqueño de 25 años de edad, quien al momento de nacer se bronco aspiró, lo que le generó una discapacidad con retardo leve, deficit de atención por hiperactividad, trastorno de ansiedad y convulsiones, que no le han sido limitantes para salir adelante.
Aprendió los secretos de la cocina y hace un año se aventuró a participar en una zonal clasificatoria del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, siendo eliminado porque las exigencias del jurado son demasiado estrictas y él era un novato en las artes culinarias ancestrales.
Lo llenaron de ánimo para que se fogueara en los saberes de la cocina del Pacífico y ya prepara pusandao, encocao de jaiba, seviche de piangua y sancocho de ñato con la esperanza de que en una futura versión del Petronio abran la categoría para ‘Cocineros con neuro diversidad’ y no tener que enfrentarse a matronas y chefs profesionales que conservan la tradición.
Alterna la sabrosura de las ollas con la elaboración de artesanías en madera y coco, hace tejidos y tapetes en cabuya, elementos con los que recorre los diferentes festivales del país y se solventa vendiendo sus productos a propios y turistas.
Como si fuera poco, estudió su bachillerato en Cali en el Colegio Personalizado Pensarte, siendo este el trampolín que lo llevaría a matricularse en la Academia de Locución de Tito Varela, donde después de aprobar ocho módulos se dio a la tarea de crear su propia emisora virtual ‘La Antioqueñita’ por donde transmite festivales como el Petronio Álvarez, la Feria de las Flores y afines, combinando la venta de la pauta con la de sus artesanías.
En su casa tiene la consola, el computador, los micrófonos de piaña, los trípodes y las antenas. Y en su chaleco carga el celular para transmitir en vivo y en directo, los micrófonos de solapa, los cargadores y las ganas de darse a conocer.
Se vino a vivir a Cali porque a su madre docente la trasladaron a la capital vallecaucana para que se hicera cargo de una institución educativa. Solo se tienen el uno para el otro y hace 14 años los acompaña su perrito ‘Coco’ un pinscher miniatura, quien con sus ladridos avisa con precisión los segundos antes de que Daniel va a entrar en convulsión.
Este paisa -orgulloso de su raza- hincha del Atlético Nacional, ama a Cali, mas no la salsa; clama porque las personas sean más sensibles con su condición, ya que ha sufrido rechazos dada su hiperactividad. Se siente afro, vive el Pacífico y dice con orgullo que por sus venas corre sangre africana. Baila currulao, bunde, juga, abozao y danza y se le mide a practicar cualquier deporte.
“Nunca me he sentido con discapacidad. Eso no existe. Eso está en la mente y a eso no le doy mente. Desde niño, mi mamá me lo ha repetido una y otra vez. Ella es todo en mi vida. Estamos los dos solitos en este mundo y somos el uno para el otro, complementando nuestro amor con el de ‘Coco’, mi perrito”, dice Daniel.
Y agrega -mientras abre un trípode, guarda un micrófono, se acomoda la gorra y se cuadra el chaleco- : “Mi mamá me ataja para que no me meta en líos judiciales interponiendo tutelas por injusticias y discriminación, pero me empuja para que haga lo que quiera, para que vaya a cuanto certamen hay y para que no me dé miedo de enfrentarme a un mundo que juzga por las apariencias”.




